A veces, aún en esta época buena, trato de dar unos pasos para atrás, no sé si por tomar impulso, por temor a ser (aunque sea, un poquito) feliz, o simplemente por las pequeñas subidas y bajadas que todos tenemos a veces. Y al retroceder, aunque sea eso, dos-tres pasos, me asusto, me da miedo que lo que estoy construyendo no sea más que un castillo de cristal en el aire, y que se haga añiicos.
Dice Galeano (que estuve leyendo gracias a la pequeñísimo acervo de libros de un familiar), en su libro "Días y noches de amor y de guerra":
Guerra de la calle, guerra del alma
Cada una de mis mitades no podría existir sin la otra. ¿Se puede amar la intemperie sin odiar la jaula? ¿Vivir sin morir, nacer sin matar?
En mi pecho, plaza de toros, pelean la libertad y el miedo.
En el mío, en mi cabeza más que en el pecho, pelea siempre la luz con la oscuridad, la locura con la sensatez, la enfermedad y la lucidez. Y aunque estoy en una fase luminosa, donde la mitad luz lleva las riendas, no puedo olvidar que la mitad tiniebla sigue detrás. Porque las dos son parte de mí.
Y a veces, no sé si por miedo, por costumbre o porque todos funcionamos así, una ráfaga de aire frío me recuerda que no todo es la calidez que ahora me envuelve, que las nubes siguen cerca, que la angustia puede volver y quitarme de un golpe el aire de los pulmones.
[La imagen que encabeza el post es "Mano derecha", de Antonio Mas, vale mucho la pena el poema que acompaña a la imagen]