“Me olvido de quién soy, me vuelvo loca, hace frío, amanece, sigo, escupo, voy al cine, me enojo, escribo, me suicido, resucito, afirmo, niego, grito, dudo, creo, odio. Amo, acaricio, necesito, te recuerdo, te busco, te maldigo, digo tu nombre a voces, no te veo, te amo.
Te deseo, te deseo, te deseo, te deseo
Te deseo, te deseo, te deseo, te deseo
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No hizo falta un reloj para calcularlos. Fueron segundos. Fueron tres palabras que retumbaron, cinco pestañeos dentro de una habitación verde, entre risas, alborotos y alegrías ajenas, una habitación en la que se encontraba una mesa redonda, en medio de todo, en medio de nada. Ni siquiera fue un minuto. Fueron segundos, tan solo segundos. Me doy miedo. ¿Cómo puede ser que en cuestión de segundos mi ánimo pueda variar de esa manera? Es absurdo, es ilógico, es desagradablemente patético. Deduzco que ninguno de los dos estados fueron reales: no fue real la idiota sonrisa que reflejo mi cara al escucharte proseguida por esa tonta risa defectuosa sin motivos observando aquella escena, y sí, si fueron reales las dos lágrimas de la segunda situación frente a tus ojos, frente a lo que creí mi luz. De todas maneras me doy miedo, y me detesto cuando me pasa esto.
Porque es justamente en estos instantes cuando aparece "mi misma" y me dice claramente que hacer y aún así sigo ignorándola, cuando en otras "vidas" siempre le he prometido que jamás dejaré de escucharla, pero siempre, siempre hay una terrible excepción.
Hay dos caminos por los cuáles dirigirme, no más, dos únicamente : continuar o detenerme.
¿Qué dolerá menos? ¿Podré estar exenta de cicatrices esta vez? No creo, al parecer va a ser la peor.
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